Un día, llegué a casa y…

Phoebe pensó que su día no podía empeorar cuando llegó a casa y encontró a su hermana y a su familia instalándose en ella, sin siquiera preguntar. Justo cuando toda esperanza parecía perdida, un golpe en la puerta traería un giro inesperado del karma instantáneo. De niña, Phoebe siempre había sido muy unida a su hermana mayor, Holly. Pero las cosas cambiaron después de que Holly se casara. Aunque se distanciaron, Phoebe nunca imaginó lo que sucedería hace apenas unos días. A sus 31 años, Phoebe estaba orgullosa de su modesta casa de tres habitaciones. Había trabajado duro durante los últimos diez años para pagarla. Claro, a veces envidiaba a sus amigas que vivían en elegantes apartamentos en el centro de la ciudad, pero al final del día, su casa era suya, y eso significaba más que cualquier rascacielos de lujo.

Su hermana Holly, por otro lado, siempre había sido más despreocupada. A sus 38 años, casada y con dos hijos, Holly y su marido Nicholas eran de los que les encantaba hablar de dejar sus trabajos para “vivir la vida al máximo” y “escapar de la rutina diaria”. Era algo que Phoebe toleraba, pero que a menudo la volvía loca. “La vida es demasiado corta para estar encerrada en un cubículo, Phoebe”, decía Holly durante las cenas familiares. Mientras tanto, Nicholas asentía con la cabeza y añadía: “¡Piensa en todas las experiencias que podrías vivir!”. Pero por mucho que Phoebe les advirtiera sobre la responsabilidad financiera, su hermana y su cuñado siguieron viviendo espontáneamente, hasta que dieron el salto definitivo. Hace unos meses, Holly llamó a Phoebe para anunciarle que habían vendido su casa y se embarcaban en un viaje de un año alrededor del mundo. “Están locos”, pensó Phoebe, pero se guardó sus preocupaciones para sí misma. Sin embargo, no pudo evitar preguntarse qué pasaría cuando se acabara el dinero.

Unos meses después, Phoebe llegó a casa del trabajo y se encontró con una imagen inquietante: su sala de estar estaba llena de maletas, mochilas y voces familiares. Holly y su familia estaban allí, sin siquiera enviarle un mensaje de texto o avisarle. “Holly, ¿qué estás haciendo aquí?”, preguntó Phoebe, apenas conteniendo su incredulidad. “¡Hemos vuelto!”, dijo Holly alegremente. “Y nos quedaremos aquí un tiempo mientras solucionamos las cosas”. Resulta que la “aventura de un año” no salió como estaba previsto, y ahora Holly y Nicholas habían decidido quedarse en la casa de Phoebe por tiempo indefinido. Para empeorar las cosas, habían usado una llave de repuesto que Phoebe le había dado a su madre para emergencias. “Pensé que no te importaría”, dijo Holly, completamente ajena a lo equivocado que estaba. Pero Phoebe estaba furiosa. Esta era su casa, su espacio, y su hermana acababa de mudarse sin previo aviso. Nicholas, que nunca se echa atrás, añadió: —Somos familia, Phoebe. ¿No es para eso que existe la familia? No es como si estuvieras usando todo este espacio. Furiosa e insegura de cómo manejar la situación, Phoebe se disculpó y se encerró en su habitación. Fue entonces cuando recibió un mensaje de texto de su viejo amigo, Alex, un conocido bromista de sus días de universidad. En un instante, Phoebe supo exactamente quién podía ayudarla a salir de este lío. Una hora después, Alex llegó a la casa, vestido con un uniforme de policía; casualmente, había estado haciendo bromas a sus amigos ese día. Phoebe le explicó la situación y juntos tramaron un plan. Cuando Alex llamó a la puerta y se presentó como el “oficial Johnson”, Holly y Nicholas se quedaron paralizados. Con cara seria, Alex les informó que estaba respondiendo a un informe de un robo y preguntó cómo habían entrado a la casa. Presa del pánico, Holly tartamudeó sobre usar una llave de repuesto, mientras que Nicholas intentó actuar con calma. Pero cuando Alex amenazó con presentar cargos por allanamiento, ambos cedieron. En cuestión de minutos, Holly y Nicholas estaban empacando sus maletas y huyendo de la casa con sus hijos a cuestas. Una vez que se fueron, Phoebe y Alex se echaron a reír. El plan había funcionado a la perfección y Phoebe finalmente había recuperado su casa. Sabía que no era una decisión fácil echar a su hermana de casa, pero se dio cuenta de que era necesario. Mientras se sentaban con tazas de café, Phoebe reflexionó sobre lo que acababa de suceder. Si bien sintió una punzada de culpa, también sabía que tenía todo el derecho a defenderse. Había trabajado duro para tener su casa y nadie, ni siquiera su familia, tenía derecho a aprovecharse de eso.