TRAIGO UN PASTEL A MI..

Durante 23 años, Nancy había honrado fielmente la memoria de su hijo Henry con un ritual muy querido. Desde el trágico accidente que le costó la vida a los 17 años, visitaba su tumba todos los años en el aniversario y llevaba consigo su tarta de manzana y canela favorita. El aroma de las manzanas y la canela siempre la traía de vuelta a los momentos en la cocina en los que el joven Henry se iluminaba al ver la tarta recién horneada y preguntaba con entusiasmo: “¿Ya está lista, mamá?”. Hornearla y llevársela se convirtió en su forma de aferrarse a esos recuerdos, una pequeña fuente de consuelo a pesar del dolor constante de la pérdida.

Ahora, con 61 años, Nancy volvió a llevar con cuidado la tarta tibia al cementerio. De alguna manera, el plato parecía más pesado en sus manos este año, agobiado por el tiempo y el dolor. Cuando llegó, colocó la tarta sobre la tumba de Henry y pasó los dedos por la piedra lisa, tan familiar como su tacto había sido alguna vez. “Te extraño todos los días”, susurró, con la voz suave por el dolor. “Horneé tu tarta favorita otra vez… Ojalá pudiéramos compartirla solo una vez más”.

Se quedó allí un buen rato, con el aroma a manzana y canela impregnando el aire, mezclándose con sus recuerdos y sus lágrimas. Era su manera de mantener cerca a su hijo, incluso después de tantos años, una tradición de amor que nunca podría romperse.