“MI HIJO ME AVERGONZÓ POR HACER UN VIAJE SOLO A LOS 77 AÑOS. ¿DEBERÍA CANCELAR MI AVENTURA PARA COMPLACERLO O VIVIR PARA MÍ?” Tengo 77 años y decidí hacer un viaje en solitario a un destino que siempre soñé con visitar. Viajar me brinda una sensación de libertad y aventura que no había sentido en años. Pero cuando mi hijo se enteró de mis planes, se sintió aliviado.

Tengo 77 años y estoy en un momento de mi vida en el que las decisiones que tomo son muy personales, pero también se evalúan a menudo a través del prisma de lo que mi familia espera de mí. Llevo años soñando con hacer un viaje en solitario, así que decidí hacerlo. Esta decisión me ha suscitado muchas dudas y sentimientos encontrados. Siempre he pensado que la vida hay que vivirla al máximo, sin importar la edad que uno tenga. Esta noción se puso a prueba cuando tuve que decidir si estaba siendo egocéntrica o solo buscaba una aventura bien merecida después de la respuesta de mi hijo a mis planes de viaje. La idea de viajar sola me ha fascinado desde que tengo memoria. Representa libertad, introspección y la oportunidad de ver el mundo como mejor me parezca. Siempre he soñado con viajar a nuevos lugares, conocer gente nueva y experimentar diversas culturas. Sentí, a los setenta y siete años, que esta era mi oportunidad de aprovecharla ahora o nunca. Mi destino era una pequeña ciudad de Europa con una escena cultural y artística floreciente, una arquitectura hermosa y una larga historia. Yo había organizado todo con mucho cuidado, hasta los pintorescos alojamientos y los lugares de visita obligada. Estaba entusiasmada y deseando ver calles adoquinadas y disfrutar de un café en cafeterías encantadoras. Este viaje era una celebración de mi perseverancia e independencia, más que unas simples vacaciones. Sin embargo, mi hijo respondió a mi entusiasmo de una manera inesperada. Su respuesta, al enterarse de mi itinerario de viaje, fue cortante y deprimente. Dijo: “Mamá, eres demasiado mayor para viajar sola”. “Es imprudente y peligroso”. Sus comentarios sirvieron tanto como un juicio severo como una advertencia contra mis intenciones. Para complicar aún más las cosas, me recomendó que pagara la matrícula universitaria de mi nieta en lugar de usar el dinero para mis vacaciones. El mensaje que me estaba transmitiendo era muy claro: las demandas financieras de la generación más joven deberían tener prioridad sobre mis propios deseos. Su respuesta me hizo tambalear la confianza.

Empecé a preguntarme si no era razonable querer gastar dinero en mi propia educación en lugar de en la de mi nieta. ¿Estaba tratando de vivir mi vida a mi manera o estaba siendo egoísta? No sabía qué hacer al considerar estas cuestiones. Por un lado, siempre me había sentido muy satisfecha de ser una abuela y madre cariñosa que estaba dispuesta a hacer sacrificios por el bien de mi familia. Pero también creía que me había ganado el derecho a tener algo de dinero y tiempo para mí porque había criado a mi familia y trabajado asiduamente toda mi vida. El choque entre estos dos puntos de vista provocó una tormenta emocional. Era tentador posponer mis vacaciones para pagar la matrícula de mi nieta. En última instancia, no podía negar la importancia de la educación de mi nieta. Sin embargo, la idea de renunciar a mi sueño me parecía una traición a mis propios objetivos, en particular después de años de trabajo diligente y preparación cuidadosa. Parecía que las expectativas de mi familia y mi propia satisfacción estaban en juego. Pedí a mis amigos y a otros viajeros que me dieran su opinión y me orientaran mientras atravesaba este conflicto interno. Muchos hablaron de sus encuentros personales con problemas relacionados. Descubrí que la resistencia a alcanzar metas personales no es algo inusual para las personas mayores, en particular cuando esas metas implican hacer inversiones financieras o desafiar las normas sociales. Una amiga que era maestra jubilada y había viajado sola muchas veces me inspiró a seguir mi corazón. Me lo merecías, comentó. “La felicidad de los demás es igual de importante que la tuya”. Sus comentarios me tocaron una fibra sensible. Me sirvieron como un recordatorio útil de que mis metas y aspiraciones valían la pena. Otro punto de vista lo brindó una compañera de viaje que destacó el valor de llevar una vida auténtica. “Ir sola a tu edad es una declaración valiente e independiente”, aclaró. “Acepta las aventuras de la vida es importante, sin importar lo que piensen los demás”. < Estas conversaciones me permitieron ver que mi deseo de viajar sola no era una señal de egoísmo, sino más bien de mi personalidad única y entusiasmo por la vida. Era una celebración de la libertad que había ganado a lo largo de años de compromiso y esfuerzo. Finalmente, después de pensarlo seriamente, decidí seguir adelante y emprender el viaje. Tomé la decisión de aprovechar esta oportunidad como una recompensa por la vida que había llevado y la persona en la que me había convertido. Le dije a mi hijo lo que había decidido y le dije que, aunque podía entender sus preocupaciones, había tomado la decisión de vivir la vida al máximo y dar la bienvenida a nuevas experiencias. También me ofrecí como voluntaria para hacer más contribuciones educativas para mi nieta. Tal vez podría brindar mentoría, tutoría o incluso una pequeña donación financiera que no interfiriera con mis metas personales. Aún pude mantener a mi familia y alcanzar mis objetivos personales gracias a este compromiso. Tengo entusiasmo y un nuevo propósito mientras me preparo para mis vacaciones. Más allá de ser simplemente una