Pam observó con incredulidad cómo su marido, James, guardaba sus pertenencias de la mesilla de noche en una pequeña cesta de mimbre. Sus vidas ya habían cambiado drásticamente hacía cinco años, después de que un accidente de coche la dejara paralizada de cintura para abajo. Desde entonces, James había sido su apoyo inquebrantable. Ahora, verlo mudarse de su dormitorio compartido le hacía sentir que su mundo se desmoronaba de nuevo. James le aseguró con palabras suaves pero firmes que nada iba a cambiar en cuanto a su compromiso con ella. “Seguiré aquí si me necesitas”, dijo, explicando que simplemente quería más libertad mientras dormía. Pam, dolida y confundida, sólo pudo asentir, aunque en el fondo le aterrorizaba dormir sola. La idea de que James ya no quisiera estar a su lado le parecía el principio de algo terrible. A medida que pasaban los días, la mente de Pam se plagaba de inseguridades. No podía evitar preguntarse si James se arrepentía de quedarse con ella después del accidente. Temía haberse convertido en una carga demasiado pesada y tal vez esa era su manera de distanciarse.
La situación se volvió más extraña cuando empezaron a surgir ruidos extraños de la nueva habitación de James por la noche. Al principio, eran débiles y apenas perceptibles: golpes suaves y sonidos de rasguños. Pam trató de ignorarlos, pensando que era simplemente James ajustándose a su nuevo espacio. Pero a medida que pasaban las noches, los ruidos se volvieron más frecuentes y fuertes, alimentando su creciente ansiedad. Su imaginación se desbocó. ¿James estaba planeando algo? ¿Podría estar preparándose para dejarla? O peor aún, ¿había alguien más involucrado? Cada noche, los sonidos inquietantes la torturaban, haciéndola cuestionar todo lo que creía saber sobre su relación. Un día, al pasar por la habitación de James, Pam ya no pudo resistir la tentación de investigar. Reuniendo su coraje, alcanzó el pomo de la puerta, solo para encontrarla cerrada. Este descubrimiento la devastó: ahora, no solo James estaba durmiendo en una habitación diferente, sino que también la estaba dejando afuera. Sus sospechas se profundizaron y se convenció de que lo había perdido para siempre. Esa noche, Pam finalmente confrontó a James durante la cena, expresándole sus miedos e inseguridades. Admitió que no quería que él se sintiera agobiado por ella, pero su respuesta brusca la sorprendió. Le recordó que siempre había tenido el sueño inquieto y que su intención nunca fue lastimarla. Pam no podía entender cómo se habían vuelto tan distantes, pero aceptó su explicación, aunque no alivió por completo sus preocupaciones. Esa noche, los ruidos eran insoportables. La desesperación se apoderó de ella y, a pesar del dolor en su cuerpo, Pam se obligó a sentarse en su silla de ruedas y emprendió el insoportable viaje por el pasillo. El frío y espeluznante silencio de la casa parecía advertirle que regresara, pero no podía detenerse. Necesitaba saber la verdad. Cuando llegó a la puerta de James, se sorprendió al encontrarla sin llave esta vez. La abrió con cautela y lo llamó por su nombre. La vista ante ella hizo que su corazón se acelerara. James estaba de pie en el medio de la habitación, rodeado de herramientas, latas de pintura y muebles parcialmente ensamblados. La habitación parecía un taller. Él se volvió hacia ella, sorprendido, y luego sonrió tímidamente. “No se suponía que vieras esto todavía”, dijo, frotándose la nuca. Confundida, Pam preguntó para qué era todo eso. James reveló que había estado trabajando en secreto en un sistema de elevación y muebles personalizados para ayudarla a moverse por la casa con más facilidad. Había querido que fuera una sorpresa para su próximo aniversario, explicando que sabía lo mucho que Pam luchaba con las tareas diarias desde su accidente. Su secretismo y las habitaciones separadas habían sido parte de su plan para hacer su vida más cómoda. Las lágrimas llenaron los ojos de Pam mientras asimilaba la realidad de lo que James había estado haciendo. No se estaba alejando de ella, había estado trabajando incansablemente para mostrar su amor de una manera que realmente importara. Todo el tiempo, ella había estado imaginando lo peor. Luego, James le entregó a Pam un regalo bellamente envuelto. Dentro había una almohadilla térmica hecha a medida para sus piernas, algo que ella había querido pero nunca compró. Le explicó que quería que estuviera lo más cómoda posible, especialmente en los días en que su dolor era intenso. Pam, abrumada por la emoción, le preguntó a James por qué había mantenido todo esto en secreto, a lo que él respondió que era terrible para guardar sorpresas y que necesitaba espacio para trabajar sin arruinarlo todo. Las habitaciones separadas habían sido un arreglo temporal para asegurarse de que todo fuera perfecto para ella. Pam sonrió entre lágrimas, al darse cuenta de que había entendido mal todo. Ella y James se abrazaron, su conexión más fuerte que nunca. Su amor, que parecía al borde del colapso, ahora estaba revitalizado con un sentido más profundo de comprensión y cuidado. Semanas después, en su aniversario, revelaron las renovaciones que James había completado. El nuevo sistema de ascensor, los muebles y los detalles considerados que había agregado hicieron que su hogar se sintiera realmente suyo nuevamente. Cuando James trasladó sus pertenencias de regreso a su habitación compartida, Pam lo recibió con una suave sonrisa.